Nietzsche, la muerte de Dios y la modernidad
Gott ist tot (“Dios ha muerto”), escribió Friedrich Nietzsche en el libro “Así habló Zaratustra”. Esta frase breve, directa y descarnada tuvo un efecto demoledor y revolucionario en las estructuras filosóficas y religiosas de la época. Esas tres palabras contienen buena parte de la esencia misma de la filosofía de Nietzsche y del concepto de modernidad. Veamos por qué.
Más allá de todas las interpretaciones filosóficas e ideológicas que se han hecho y se hacen del pensamiento del filósofo alemán, podríamos sintetizar parte de su visión mediante el concepto siguiente: no hay ninguna otra realidad aparte de la del mundo en que vivimos, ni tampoco otra vida aparte de la que tenemos ahora. Este hecho no es ni bueno, ni malo. Es. Punto. Dios murió (es decir la construcción humana de la idea de Dios, la Religión y los valores derivados de ella) y nosotros quedamos como huérfanos, solitos y desamparados frente al mundo y, lo más importante, frente a nuestra propia vida. Esta vida buena o mala, es lo único que tenemos y habrá que darle un sentido aquí y ahora, sostenía Friedrich Nietzsche. No sirve de mucho sentarse a esperar castigos o recompensas celestiales por una razón muy simple: nunca van a llegar porque -justamente- Dios está muerto.
Desde Platón en adelante numerosas corrientes filosóficas incluyeron la noción del «más allá» con la intención tal vez de encontrar algún sentido superior y superador del mundo físico y terrenal. Las religiones, con total coherencia, sostuvieron, con más o menos matices, la noción de la vida después de la muerte e influyeron también en la concepción de nuestros valores y estructuras morales. Nietzsche lanzó sus feroces embates filosóficos contra todas las estructuras, tanto las religiosas como las morales. Creía que habían sido útiles en el pasado para las sociedades que las originaron, pero que en el mundo moderno se habían vuelto totalmente obsoletas. Nietzsche decía que el mundo moderno (el mundo moderno de Nietzsche, de finales del siglo XIX, se entiende) giraba en torno al materialismo, la ciencia, y la razón. Este hecho nos obligaba a entender y aceptar que el mundo era lo que se veía y que las antiguas religiones y valores tradicionales -representados en esencia por el cristianismo- habían quedado reducidos a burdos relatos de ficción.
En 1883 Nietzsche escribió: «Dios ha muerto». No necesitó más que esas tres palabras para describir la esencia de la modernidad naciente que irradiaba su luz potente sobre una Europa optimista y fascinada por el hombre, la ciencia y la razón. La humanidad sin Dios se liberaba de toda supervisión divina y pasaba a ser -para bien o para mal- dueña y señora de su propio destino.