La catedral
Había una vez un hombre que paseaba plácidamente por las inmediaciones de un poblado medieval inglés. Caminaba tranquilo y observaba con interés, como todo visitante, las particularidades del lugar. En eso estaba cuando divisó a cierta distancia tres albañiles que cortaban y daban forma a unos grandes trozos de piedra. El hombre se acercó y con curiosidad, le preguntó a cada uno qué estaba haciendo. El primero, lacónico y sin levantar la mirada, le contestó lo que era obvio a simple vista: estaba cortando y modelando un pedazo de piedra. El segundo -un poco más locuaz – le explicó que estaba modelando una piedra que usaría para construir una pared. Cuando le tocó el turno al tercero, miró al cielo y respondió sonriente con un incontenible entusiasmo: ¡Estoy construyendo una catedral para honrar a Dios! Esto sucedió, según cuenta la historia (o la leyenda), mientras se construía la imponente catedral de Salisbury en Inglaterra.
Tres reflexiones sobre la catedral:
- No es la tarea lo que importa, sino el significado que cada uno le asigna.
- La motivación por una tarea o un trabajo depende de la actitud que uno asuma para encararlo.
- Para construir catedrales imponentes (o cualquier cosa imponente y/o que valga la pena), es necesario proponerse metas trascendentes y objetivos a largo plazo; tener una visión que nos inspire y nos marque constantemente la dirección a seguir cuando sentimos que el camino comienza a desdibujarse o a volverse monótono.
Y para terminar, se puede tomar la historia de la catedral como una metáfora de la construcción de la vida misma. En esencia, es más o menos lo mismo.