La magdalena de Proust, Ratatouille y el despertar de los recuerdos

Patricia Por Patricia0 Comentarios6 min lectura1.3K views

Hace poco estaba leyendo un artículo sobre la percepción y los recuerdos y me topé con la palabra “proustiano”. Inmediatamente me vino a la memoria la famosísima expresión “la magdalena de Proust” y me pareció que era un buen tema para escribir un artículo en Filo+ et voilà!

“Proustiano” (proustien en francés) hace referencia a Marcel Proust, escritor francés de finales del siglo XIX y principios del XX considerado por muchos críticos como el escritor más importante de su época. El término tiene además otros significados; se suele decir, por ejemplo, “efecto proustiano” o “estilo proustiano”.

El “efecto proustiano” es una reacción que se genera en nuestro cerebro y que asocia los aromas percibidos con recuerdos y experiencias vividas. Cuando nos exponemos a ciertos aromas el cerebro desencadena una tormenta de reacciones y activa la memoria sensorial. Estas reacciones son las encargadas de reavivar recuerdos y emociones y transportarnos a un tiempo y un lugar determinados.  El “efecto proustiano” debe su nombre a la extraordinaria capacidad de Proust para describir olores y perfumes y relacionarlos con sensaciones y experiencias vividas en el pasado. Si bien en un principio el término “efecto proustiano” se aplicaba casi exclusivamente a los aromas, con el tiempo se extendió hacia los otros sentidos por lo que se aplica también a sonidos (canciones, por ejemplo), sabores, imágenes y texturas.

En cuanto al “estilo proustiano” podemos decir que hace alusión a un tipo de escritura paciente, sin prisa, que se toma todo el tiempo del mundo para describir detalles y explayarse en prolongadas digresiones.

“Proustiano” puede emplearse también de manera peyorativa para transmitir connotaciones negativas sobre algo artístico o intelectual (o supuestamente artístico o intelectual) que es interminable o tedioso. Se suele decir, por ejemplo, que tal o cual persona “aburre con su típico parloteo proustiano”. Un dato simpático: el significado peyorativo tiene su origen en que las obras de Proust, famosas por sus oraciones interminables, suelen ser de lectura obligatoria en las escuelas secundarias francesas y para los adolescentes obligados a leerlas ¡Proust resulta tremendamente aburrido!  

Pero el significado que nos importa y en el que vamos a detenernos (para no seguir explayándome indefinidamente de manera proustiana 😊) es el primero: el efecto proustiano, que se puede resumir como un recuerdo desencadenado por algo en el presente. Esto es lo que se asocia a la expresión “la magdalena de Proust” y ahora paso a explicar por qué.

La novela La recherche du temps perdu (“En busca del tiempo perdido”) es la obra maestra de Marcel Proust. Es también la obra más importante de la literatura francesa y una de las más relevantes de la literatura universal.  “En busca del tiempo perdido” no es una novela editada en un solo volumen, sino que se compone de siete volúmenes, publicados en forma sucesiva a lo largo de 14 años.

En el primer volumen, “Por el camino de Swann”, Proust nos cuenta como un día, el protagonista, abrumado por la tristeza, y tras llevarse a los labios una cucharada de té en la que había colocado un trozo de magdalena, siente de repente que una oleada de recuerdos lo estremece y lo traslada a los veranos de su infancia en Combray.

A continuación, el célebre fragmento en el que se menciona la magdalena: 

“Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo.
Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venir aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y de la magdalena, pero le excedía en mucho y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba?
(…)
Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto”.

Se dice que todos los franceses conocen la expresión “la magdalena de Proust” (aunque no se podría afirmar con total certeza que todos hayan leído los siete volúmenes de La recherche du temps perdu 😊). La referencia a la magdalena (la madelaine) aparece con frecuencia en artículos de diarios, programas de TV, radio, debates y demás medios de expresión de la cultura y sociedad francesa. Los franceses suelen expresar emocionados “c´est ma petite madeleine” (“es mi pequeña magdalena”) cuando escuchan una canción, saborean una comida o perciben un aroma que desencadena una catarata irrefrenable de recuerdos y emociones.   

A propósito, ¿se acuerda el/la lector/a de la emotiva escena de la película “Ratatouille” en la que el inclemente crítico gastronómico Anton Ego saborea el ratatouille elaborado por la ratita-chef Remy? ¿Recuerda la reacción de Anton Ego? Esa escena es una referencia directa a la magdalena de Proust. ¿Qué tal si la vemos de nuevo? (¡Amo esa escena! 😍)

La escena de Anton Ego cuando prueba el ratatouille

La ciencia dice que el efecto de “la magdalena de Proust” es una asociación cerebral que realizamos automáticamente cuando percibimos una determinada sensación a través de nuestros sentidos. De repente, una canción, un aroma o un sabor nos transporta a un momento concreto (bien guardado, pero no desaparecido) de nuestra vida. Quizás fue el olor de pan recién horneado que evocó en la memoria, con todo lujo de detalles, una mañana desayunando en casa de los abuelos, o el olor a tierra mojada después de la lluvia que trajo reminiscencias de una tarde después de la escuela jugando un partido de fútbol con amigos del barrio. O tal vez fue una canción que uno escuchó en la radio (o en Spotify para sonar modernos :)) la que revivió como por arte de magia esas vacaciones familiares en la playa y ¡zas! uno se teletransportó, viajó en el tiempo y ahí está, con la palita amarilla llenando de arena el baldecito rojo de plástico justo al lado de su mamá que está tendida en la arena tomando sol, escuchando esa canción en la radio y cantando el estribillo.

Creo que todos alguna vez hemos experimentado nuestra magdalena; ese momento en el que, repentinamente, la dimensión espacio-temporal del presente se retrotrae hacia un punto concreto del pasado.

Ese instante mágico en el que los recuerdos despiertan y caemos rendidos al poder implacable de la nostalgia.  

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