La fascinante historia de la cúpula de Brunelleschi

Patricia Por Patricia0 Comentarios7 min lectura1.3K views

El miércoles 7 de agosto de 1420 en Florencia, se dio inicio a una construcción que cambió la historia de la ingeniería y la arquitectura. Un orfebre bajito, conocido por su mal carácter y sin formación académica como arquitecto, desafió todas las convenciones de la época y construyó una de las joyas más espectaculares del Renacimiento italiano y de la arquitectura universal. Su nombre era Filippo Brunelleschi y la obra que diseñó y construyó fue nada menos que la cúpula del Duomo de Florencia.

La historia es así: en 1418 las autoridades de Florencia se decidieron a resolver un gravísimo problema que durante décadas habían ignorado. Se trataba del hueco gigante abierto en la cubierta de La Basílica de Santa María del Fiore, (también llamada Catedral de Florencia o Duomo de Florencia; en italiano: Cattedrale di Santa María del Fiore) que había quedado sin completar.

El arquitecto Francesco Talenti había terminado la catedral en 1380. El problema fue que mientras ejercía como jefe de la obra, decidió ampliar el diseño original. Esta expansión fue lo que causó que el vacío en el centro de la cúpula fuera mayor que lo planeado inicialmente, un problema aparentemente insuperable para las técnicas y maquinaria de construcción existentes en la época. Durante más de 35 años la Catedral permaneció incompleta porque nadie sabía cómo construir una cúpula de dimensiones tan gigantescas.

El ambicioso proyecto de construcción de la basílica, iniciada en 1296, era una representación de la relevancia de Florencia entre las grandes capitales culturales y económicas de Europa, enriquecida gracias al desarrollo financiero y comercial del incipiente Renacimiento, que comenzaba a tomar forma.

Años más tarde se decidió que la culminación del edificio debía ser la cúpula más grande del mundo y que la catedral sería «la más útil y hermosa, la más poderosa y honorable» entre todas las construidas hasta entonces. Pero las décadas transcurrían y nadie parecía capaz de concebir un proyecto viable para construir una cúpula de casi 50 metros de ancho, sobre todo porque había que empezar a edificarla a 55 metros de altura, sobre los muros ya existentes.

Las décadas transcurrían y nadie parecía capaz de concebir un proyecto viable para construir una cúpula de casi 50 metros de ancho, sobre todo porque había que empezar a edificarla a 55 metros de altura.

Las dificultades en torno a la construcción de la cúpula atormentaban a las autoridades de Florencia. Los proyectos previstos no permitían los arbotantes y los arcos ojivales propios del estilo gótico tradicional, por entonces el preferido de las ciudades rivales del norte, como Milán, la eterna enemiga de Florencia. Sin embargo, esos elementos eran las únicas soluciones arquitectónicas conocidas capaces de sostener una estructura tan colosal. ¿Podría una cúpula de decenas de miles de toneladas sostenerse sin ninguno de esos elementos? Otra cosa, ¿habría suficiente madera en toda la Toscana para los andamios necesarios para construir la cúpula? O ¿Se podría levantar la estructura sobre la planta octogonal impuesta por los muros existentes sin que se desmoronara por el centro? Nadie lo sabía.

Así fue como en 1418 las autoridades florentinas convocaron a un concurso para diseñar y construir la cúpula, ofreciendo un tentador premio de 200 florines de oro para el ganador, más la posibilidad, por supuesto, de pasar a la posteridad. Los mejores arquitectos de la época acudieron a Florencia para presentar sus ideas. Las crónicas reflejan los distintos tipos de proyectos presentados. Por ejemplo, uno de los arquitectos aspirantes propuso sostener la cúpula con una enorme columna levantada en el centro de la catedral. Otro sugirió construirla con «piedra esponja» (spugna, un tipo de roca volcánica muy porosa) para reducir su peso. Inclusive hubo alguien que propuso utilizar como andamiaje una montaña de tierra mezclada con monedas, para que los indigentes la retiraran gratuitamente una vez finalizada la construcción.

El candidato vencedor, el orfebre Filippo Brunelleschi, prometió construir no una cúpula sino dos, una paralela a la otra, conectadas entre sí, sin levantar complicados y costosos andamios. Pero se negó a revelar los detalles de su proyecto por temor a que algún competidor le robara la idea.

A pesar del escepticismo con que las autoridades recibieron el proyecto, el misterioso diseño de Brunelleschi llamó su atención, quizá porque intuyeron que el humilde orfebre era un genio. De joven, durante su aprendizaje del oficio de orfebrería, Brunelleschi había aprendido las artes del dibujo, la pintura, la talla de madera, la escultura con oro y plata, la talla de piedras preciosas y las técnicas de esmaltado. Luego estudió óptica, realizó innumerables experimentos con ruedas, engranajes, pesos y piezas en movimiento, y fabricó una serie de ingeniosos relojes, entre ellos uno de los primeros despertadores de la historia.

Aplicando sus conocimientos teóricos y mecánicos a la observación de los fenómenos de la naturaleza, definió los principios de la perspectiva lineal. Cuando se presentó al concurso, acababa de regresar de Roma, donde había pasado años haciendo mediciones, dibujando los monumentos antiguos y anotando, en escritura cifrada, sus secretos arquitectónicos. En realidad, la vida de Brunelleschi parece haber sido un largo camino de aprendizaje cuyo propósito final era construir la cúpula del Duomo tan poderosa y monumental como deseaban las autoridades de Florencia.

La construcción de la cúpula duró dieciséis años (1420-1436). Antes de comenzar, Brunelleschi tuvo que diseñar una serie de máquinas, grúas y poleas más grandes y complejas que las existentes a fin de transportar los materiales necesarios para construir a tamaña altura. Los diseños y algunas copias de estas máquinas se pueden ver en el Museo del Duomo.

La genialidad arquitectónica de Brunelleschi consistió en convertir la propia estructura de la cúpula en su soporte, creando dos cúpulas una dentro del otra, que se sostenían mutuamente a medida que se iban levantando. De hecho, al subir a la cima, uno está caminando en el espacio vacío entre la cúpula interna y externa. Para construir ambas estructuras, Brunelleschi usó una serie de andamios internos y colocó los ladrillos en un patrón de espiga para mantener los ladrillos en su lugar a medida que el ángulo se iba haciendo más agudo. Cuando se terminó de construir era la cúpula más grande del mundo y hoy sigue siendo la mayor cúpula de ladrillo jamás construida. Y así permanece desde siglos, elevándose sobre el cielo florentino con su altura de 114 metros (36,6 metros desde la base), coronando el valle del río Arno.

Una vez terminada fue inmediatamente celebrada como una auténtica proeza: «Esta estructura tan magnífica, erigida hacia el cielo, podría cubrir con su sombra a todos los pueblos toscanos», elogió León Battista Alberti uno de los arquitectos más importantes del Renacimiento.

El 25 de marzo de 1436, para la fiesta de la Anunciación, el papa Eugenio IV y una asamblea de cardenales y obispos consagraron la basílica, ya terminada, al son de las campanas y las expresiones de júbilo de los orgullosos florentinos. Diez años después otro ilustre grupo de prelados depositó la piedra angular de la linterna, la estructura decorativa de mármol que Brunelleschi diseñó para coronar su obra maestra.

Poco después, el 5 de abril de 1446, Filippo Brunelleschi fallecía repentinamente. Fue sepultado en la cripta de la catedral, donde una placa conmemorativa rinde homenaje a su «divino intelecto». Un honor excepcional, ya que antes de Brunelleschi solo muy pocos elegidos, entre ellos un santo, habían sido sepultados en la cripta. Conviene recordar que en aquella época los arquitectos solían considerarse humildes artesanos. Gracias a su genio, convicción y audacia Brunelleschi elevó a los artistas a la categoría de creadores sublimes, al mismo nivel que los santos, una imagen que perduraría durante todo el Renacimiento. Además, preparó el camino para las transformaciones sociales y culturales del propio Renacimiento, con su compleja síntesis de inspiración y análisis, y su audaz reinterpretación del pasado clásico a la luz de las necesidades y las aspiraciones del presente.

La cúpula de Brunelleschi se yergue hoy majestuosa sobre el mar de tejados rojos de la maravillosa ciudad de Florencia. Es monumental, pero a la vez grácil y tenue. Su redondeado perfil, tan diferente de la verticalidad del gótico, simbolizaba las aspiraciones de libertad de Florencia frente a la tiranía de Milán e insinuaba la liberación del Renacimiento de las sofocantes restricciones de la Edad Media. Con el diseño y construcción de su cúpula, Brunelleschi supo sintetizar el espíritu mismo del Renacimiento: el ser humano que aspira a conquistar lo imposible.

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