Pez grande se come al chico”, reza un proverbio flamenco del siglo XVI y pone de manifiesto la opresión y el abuso de los poderosos sobre los débiles. Ahora, ¿es siempre así? Veamos a continuación un simpático ejemplo de la vida marina que contradice tan contundente afirmación.
La rémora es un pez pequeño y de forma alargada que presenta una particular estructura física y un curioso comportamiento. Tiene ventosas en la cabeza, lo que le permite adherirse al cuerpo de peces mayores como, por ejemplo, el tiburón. Gracias a esta particularidad, la rémora obtiene movilidad, protección y amplía las posibilidades de obtener alimentos. Porque además de los organismos ocasionales que atrapa mientras está en movimiento, este pececillo se alimenta de los pequeños crustáceos y demás parásitos que viven adheridos a la piel del tiburón y también de los restos de comida que caen de la boca del pez mayor. Por otro lado, tiene protección asegurada: es poco probable que a algún depredador se le ocurra atacar a una rémora que se desplaza en compañía de un tiburón. Pero no solamente la rémora obtiene beneficios de esta relación. El poderoso tiburón se mantiene limpio y libre de parásitos gracias a la acción depuradora de su humilde huésped.
El vínculo entre estas dos especies ictícolas se denomina “mutualismo” y se define como la relación no permanente ni obligatoria que se crea entre dos especies diferentes y de la que ambas salen beneficiadas.
Se me ocurren algunas reflexiones aplicables tal vez a la vida humana. Por ejemplo, cómo una relación dispar de fuerzas puede funcionar armónicamente, siempre y cuando ambas partes puedan obtener ventajas de dicha relación. No, no siempre el poderoso devora (literal o metafóricamente) al más débil. La rémora y el tiburón pueden dar testimonio de ello.

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