«Stavkirker», pequeñas joyas de la arquitectura medieval nórdica

Patricia Por Patricia0 Comentarios Lugar 4 min lectura1.9K views

Se yerguen desafiantes en medio de los escarpados paisajes noruegos. No son muchas las que sobrevivieron, apenas 28 de las casi 1.000 que se construyeron en el medievo. Esas 28 lograron resistir estoicamente las dentelladas feroces del tiempo durante casi 1.000 años.  Se las conoce como stavkirker, palabra noruega que designa estas particulares iglesias medievales.

Techo de la iglesia de Borgund

Enclavadas en el corazón de bosques y fiordos noruegos, estas pequeñas construcciones albergan casi 1000 años de historia y leyendas. Torrecillas, techos escalonados adornados con figuras indefinibles (¿animales?, ¿seres mitológicos?) que sobresalen casi agresivamente de los cantos, portales con dragones tallados con increíble precisión, configuran una geometría vertical que impresiona por su integridad y coherencia visual. Frente a una stavkirke podemos observar como su silueta ámbar y estilizada se recorta majestuosa en medio del paisaje. La progresión vertical de los techos que se elevan hasta el cielo, guía la mirada y pensamientos hacia las alturas, hacia un  universo místico-religioso. Hacia el infinito.

La característica particular de estas iglesias es la técnica de construcción, stavverk, que consiste en un armazón de madera formado de stav —gruesos postes circulares que le dan nombre a las iglesias— sostenidos por espigas sobre un marco cuadrado de soportes de madera, que a su vez se asienta sobre cimientos de piedra, protegiendo a la madera de la humedad. La técnica de entramado de la madera les confiere, además de resistencia a las condiciones climáticas, estabilidad y rigidez. Las stavirker no son solo una joya de la arquitectura universal; son también un prodigio de la ingeniería.

Como ocurría con la mayoría de las iglesias de la Edad Media, la ubicación, lejos de ser azarosa, era cuidadosamente planificada de manera que generara el mayor impacto visual posible; se erguían en la cima de las colinas o sorprendían al viajero al final de una curva cerrada cuando inesperadamente “aparecían” al costado del camino a una distancia apropiada para apreciarlas en toda su magnitud. La zona en la cual se construían debía reflejar la grandeza y majestuosidad de Dios, por ello se enclavaban en áreas geográficas de naturaleza deslumbrante y sobrecogedora: penínsulas, zonas cercanas a fiordos espectaculares, colinas y bosques,  El predominio de la línea vertical en la construcción, generaba la impresión de cuerpo celestial elevado; este efecto se acentuaba con los techos escalonados y las columnas altas y espigadas que sostenían la estructura.

El predominio de la línea vertical en la construcción, generaba la impresión de cuerpo celestial elevado.

Las stavkirker son testigos de un tiempo de cambio. Un tiempo en el que Noruega al igual que el resto de Europa, buscaba consolidación y unidad después de siglos de caóticas y devastadoras invasiones y migraciones. El cemento aglutinador que comenzaba a modelar una Europa unida y poderosa era el cristianismo, siendo la arquitectura religiosa un instrumento fundamental en el proceso de expansión de la fe cristiana. Cada columna y tablón fue colocado en honor a Dios y también en honor a Cristo quien, según la creencia de la época, guiaba a Thor y a Odin (los principales dioses de la mitología escandinava) a través de valles y bosques.

Interior de la iglesia de Borgund

Entrar a una stavkirke, es una experiencia casi sobrenatural. A medida que uno penetra en su interior oscuro y denso, se va corporizando la atmósfera de la Noruega medieval, la de hace diez siglos. Aromas de brea y madera, arcos y arcadas, cabezas de dragones y un misticismo gótico se funden con la penumbra del bosque que la circunda. En el interior, sentimos que un vaho de antigüedad y madera de siglos inunda nuestros sentidos. El chirrido de las puertas y el crujir de los tablones del piso suenan como grititos agudos que delatan la presencia del visitante. Una oscuridad compacta,  ligeramente aliviada por pequeñas aberturas circulares en el techo, domina todo el escenario. Lentamente y a medida que la vista se va adaptando a la falta de luz, las siluetas tenues de objetos y estatuas comienzan a emerger entre las sombras.  Lo primero que se advierte es el altar, distante e impactante. Escenas de la vida de Cristo ilustran las paredes e invitan a imaginar una escena típicamente medieval, con candelabros resplandecientes acentuando el misticismo del ambiente y con fieles sumergidos en una atmósfera irresistiblemente religiosa.

Cada vez que el viento con ráfagas furiosas sacude y hace rugir toda la estructura, el sofisticado sistema de vigas, soportes y pilares de madera resiste los embates con asombrosa fortaleza. La misma fortaleza que las stavkirker han exhibido a lo largo de diez siglos y que, además del viento, les ha ayudado a resistir las durísimas condiciones climáticas de Noruega y las no menos extremas condiciones generadas por el hombre: guerras, pestes, incendios y destrucción.

Las stavkirker fueron, además de templos religiosos, una expresión material de la necesidad humana de encontrar un refugio seguro, al amparo de Dios, en un mundo que se creía constantemente amenazado por la presencia escalofriante de dragones, espectros, trolls y demás criaturas oscuras y tenebrosas que formaban parte del enigmático y fascinante mundo medieval.

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